La isla de antes de la isla

«Cautivos del suelo natal por un no sé qué de dulzura, la patria no nos permite jamás
evocarla con indiferencia» (Ovidio,
Epist. ex Pont., I, 3, 34)


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Hace justo un año que Wang Wei fue a Cabrera, en un día algo gris. Ayer, cuando volvió, el día era más que gris, con pinta de querer soltar un chaparrón. Luego el cielo se estiró y, al anochecer, de regreso al puerto de de Sa Ràpita, ya navegamos mecidos por un viento amigo que nos devolvía fijo a cinco nudos. También el mar acabó en regalo. Poco antes de llegar al puerto, el curricán que habíamos lanzado para probar suerte (en catalàn «la fluixa») enganchó una llampuga que acabó sin demora en la sartén, en la feliz compañía de unos pimientos rojos. Wang Wei echó mucho de menos a Pei Di, gran degustador del buen pescado de las islas.


Al llegar a Cabrera, ocupaba la bocana del puerto la salida de una regata de barcos antiguos, que iniciaban la vuelta a la isla.




Si el agosto pasado fuimos a aquella bodega que construyó al fondo del puerto la familia Feliu de Cabrera —en un fracasado intento de cultivar allí la vid—, y vimos los restos del monasterio bizantino recién excavado, ayer optamos por subir al castillo de fines del siglo XIV que domina la entrada del puerto.


El castillo consiguió proteger la isla de la ocupación esporádica de piratas que la usaban como plataforma para atacar desde allí los pueblos de Mallorca.

Plinio (Nat. Hist., III, 11): «Doce mil pasos distante de la mayor, mar adentro, se halla Cabrera,
peligrosa por los naufragios [insidiosa naufragiis







Los franceses cautivos aquí desde 1809 —durante la Guerra de Independencia— montaron un pequeño teatro al abrigo de estas rocas. De los 13.500 que llegaron solo pudieron contarlo, y no fue poca hazaña, unos 3.500.












1 comentario:

Studiolum dijo...

Y Pei Di, encantado y nostálgico, echa mucho de menos el olor salado, los varios tintos del blu, y a Wang Wei, con o sin llampuga…